Un vistazo desde la ecología social a la agricultura ecológica en Puerto Rico

[NOTA: En el número de abril del Periódico Diálogo de la Universidad de Puerto Rico, en la página 31, se publicó el artículo “Agricultura ecológica: relación sensata con la naturaleza”, una versión abreviada y sin notas del artículo que sigue abajo. Si no tienen acceso a la versión del periódico en papel, está disponible en Internet: http://dialogodigital.com/node/1289 ]

(Rincón biodiverso en el huerto del autor.)


por Nelson Alvarez Febles[1]

“… el sistema de desarrollo actual es insostenible. En ese sentido, desarrollo y sostenibilidad no se combinan. Son lógicas contradictorias.”
Leonardo Boff, teólogo brasileño, 2006


Hablar de agricultura ecológica[2] incluye el empeño de cultivar nuestros alimentos mediante tecnologías que protejan a la naturaleza, favorezcan nuestra salud y utilicen los recursos naturales con perspectiva intergeneracional. Además, tiene que ver con cambios de paradigmas en la manera de pensar la ciencia y el desarrollo.


Complementariedad frente a jerarquías

Nuestra actualidad sigue marcada por el cambio que se produce en el pensamiento dominante europeo durante la Ilustración, desde un teocentrismo dominado por estructuras religiosas feudales a un antropocentrismo que propició el desarrollo industrial y el capitalismo. La naturaleza pasó de ser vista como un reflejo incuestionable de la creación divina a una expresión de la evolución a ser subyugada por el hombre [nota del autor: uso intencional del género masculino].

Más allá de que pensamiento reduccionista basado en el racionalismo ha sido, sin lugar a dudas, esencial para el desarrollo de importantes tecnologías modernas, el mismo también está en la raíz de muchos de los problemas sociales y ecológicos a los cuales se enfrenta la humanidad en este principio de siglo. El calentamiento global, la destrucción de ecosistemas completos, la acumulación sin límites de riquezas y su contraparte la pobreza en la que vive la mitad del planeta son inseparables de una determinada forma de mirar la realidad.

Según esa construcción europea atropocentrista, el hombre estaría en la cúspide de la escala biológica, y todo lo demás, -ecosistemas, animales (o razas distintas), árboles, plantas, ríos y montañas- sujeto a su dominación y transformación. Proyectamos un imaginario hostil contra la naturaleza, mientras transferimos a ella esquemas jerárquicos de dominación –el león es el rey de la selva, el pez grande se come al más pequeño.

Durante el siglo veinte surgieron, desde la ciencia, otras miradas. La física cuántica, al entrar en el mundo de las partículas subatómicas, se encuentra con que en vez de fragmentaciones cada vez más pequeñas lo que existe es una compleja red de relaciones: el mundo subatómico no está formado por materia, sino por ‘manojos de energía, pura actividad’.[3]

La ecología moderna nos enseña que lo que existen son relaciones complejas de complementariedad entre una enorme diversidad de seres que producen una gran estabilidad.[4] El ser humano también entraría a formar parte de los ecosistemas, de la enorme diversidad de seres vivos, sistemas geográficos (montañas, lagos, ríos), fenómenos climáticos, un todo en dinámica interrelación.
Esto desplaza al ser humano del trono donde él mismo se ha colocado y lo obliga a una reflexión ética. Ya no es posible en nombre de la ciencia reclamar una objetividad incuestionable, ciencia a la que hoy se le exige que acepte el principio de precaución ante la duda sobre los impactos –físicos o sociales- que sus inventos puedan tener sobre la naturaleza o las personas.[5]

La ecología social plantea que los problemas ecológicos están profundamente arraigados en complejas problemáticas sociales; por lo tanto, las soluciones a estos problemas deben partir del pensamiento ético y acciones colectivas[6]. La naturaleza y lo social se funden en un continuo sin perder sus características particulares, en una tendencia hacia la interdependencia. El ser humano tiene un papel particular, no porque su lugar evolutivo le otorga el derecho a disponer de todo lo demás, sino porque la capacidad de autoreflexión le impone el deber de expresar lo mejor de su potencial. El ser humano es visto como la oportunidad de la naturaleza adquirir plena conciencia sobre si misma. Debemos ser su expresión más creativa, no sus verdugos. Ese es el gran reto de la especie, pues el mundo va a sobrevivir con o sin nosotros.

Al dejar de pensar en términos jerárquicos, tenemos que plantearnos la igualdad de razas y géneros. Hay que desterrar los empeños en homogenizar a los pueblos eliminando la diversidad de lenguajes, arte, religiones, culturas. Igualmente, al respetar la diversidad en la naturaleza desde los niveles más elementales (flora, fauna, ecosistemas) tenemos que cuestionarnos el uso de la violencia para la conquista de territorios, recursos naturales (agua, minerales) o recursos biológicos (alimentos, genes, especies, grupos humanos).


Bases de una agricultura ecológica

Desde la discusión anterior se puede entender que una verdadera agricultura ecológica debe cumplir con los siguientes principios:[7]

· Económicamente sostenible: viabilidad en el tiempo, en cuanto a la finca como unidad, en cuanto a la región, recursos, bajos insumas externos, rentabilidad estable, integración de todos los componentes: producción, mercadeo, tecnología, investigación participativa.

· Ecológicamente sensitiva: protección, recuperación y regeneración de los recursos no renovables, en vez de degradación y agotamiento; sintonía con el naturaleza; uso del reciclaje; uso de tecnologías/energías alternas; protección de la biodiversidad; tecnología libre de agroquímicos que afectan el agua, la tierra, el aire, la flora y la fauna; productos sin residuos tóxicos para el ser humano.

· Socialmente justa: salarios y entradas dignas para los agricultores y trabajadores, respeto por sistemas y conocimientos tradicionales, igualdad de derechos para la mujer, alimentos suficientes en calidad y cantidad para los productores en todo el planeta, respeto por la diversidad cultural; consideración por los efectos que la agricultura produce en la sociedad, el medio ambiente, la economía, las generaciones futuras y pueblos de otros países.

Este tipo de agricultura utiliza prácticas que protegen a los recursos naturales a la vez que producen beneficios para la naturaleza y los agricultores:

• Variedad de cultivos a través de la utilización de la rotación de cosechas, los cultivos intercalados y el descanso del suelo o la selección de variedades de cultivos que se adapten bien a las condiciones de suelo y clima de la finca.

• La utilización de materia orgánica para mejorar los suelos y nutrir los cultivos, y la minimización del uso de abonos no orgánicos.

• El uso de controles no tóxicos para el control de plagas y enfermedades.

• Controles mecánicos y orgánicos de la vegetación no deseada, en vez de usar herbicidas.

• El aprovechamiento y reciclaje de los recursos internos de la finca y de la vecindad, para reducir en lo posible los costos de producción.

• La protección del suelo de la erosión, la no contaminación de los recursos naturales, la protección del agua (en el suelo, superficial, acuíferos), la protección de las especies autóctonas -herencia genética- fomento de la biodiversidad y la regeneración del ecosistema local.


Por qué agricultura orgánica en Puerto Rico

Durante las décadas de los sesenta a los ochenta en el mundo se llevó a cabo muchísima investigación de campo, por o cual hoy se puede afirmar sin lugar a dudas de que la agricultura orgánica es agronómicamente posible. En otros escritos hemos dado argumentos sobre lo anterior, [8] existe muchísima más información, alguna de fácil acceso en Internet. Baste aquí decir que según la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica (IFOAM, según siglas en inglés), en el mundo en el año 2005 se hizo agricultura orgánica en 120 países, 623,000 fincas y más de cien millones de cuerdas.[9]

Por lo tanto, las principales dificultades que enfrenta la agricultura ecológica para su adaptación en gran escala tienen que ver más bien con políticas públicas. Por ejemplo, qué se enseña en las universidades, que tipo de subsidios se le dan a los agricultores, los sistemas de acopio, distribución y mercadeo, la prioridad estética sobre la nutricional en la selección de alimentos, el procesamiento frente al consumo fresco, la falta de estímulo al consumo de alimentos del lugar y del tiempo, entre muchas otras.

Nosotros entendemos que una agricultura ecológica en Puerto Rico podría aportar a encaminarnos hacia esa otra manera de vivir en esta Isla que creemos posible:

· En lo ecológico: Protección de nuestros suelos, bosques, montes fuentes de aguas, lagos, costas, manglares. Conservación de ecosistemas sensibles. Reducción de la contaminación química. Conservación y aumento de la biodiversidad productiva.

· En lo económico: Creación de empleos de calidad, especialmente para jóvenes. Autogestión familiar y comunitaria. Diversificación de la matriz productiva en Puerto Rico. Aumento del auto-abastecimiento alimenticio.

· En lo social: Revitalización productiva y social de nuestras zonas rurales, especialmente en el interior del país. Rescate del mundo rural, con su bagaje de conocimiento tradicional –reconocido hoy como esencial al manejo intergeneracional de los recursos naturales. El rescate de la dignidad de la “cultura del agro”.
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[1] El autor es especialita en agricultura ecológica y políticas públicas en biodiversidad agrícola. Correo electrónico: info@ecoser.org
[2] Incluimos en el concepto de agricultura ecológica, sin dejar de reconocer los matices de cada una, a la agricultura orgánica, la permacultura y la biodinámica.
[3] En la divulgación de estas ideas han sido pioneros los trabajos de Fritjoff Capra, entre ellos el Tao de la física (1975) y El punto crucial (1982)
[4] Pienso, por ejemplo, en el importante libro de Ramón Margalef, Teoría de los sistemas ecológicos, Universitat de Barcelona, 1993.
[5] Ver, por ejemplo: “Cuando haya amenaza de daño grave irreversible, no debería utilizarse la falta de total certidumbre científica como razón para postergar la adopción de medidas eficaces… para evitar la degradación del medio ambiente.” Declaración de Río (principio 15), Conferencia de las Naciones Unidas para el medio ambiente y el desarrollo, 1992.
[6] El principal exponente de la ecología social lo fue Murray Bookchin, autor, entre otros textos, de: The Philosphy of Social Ecology: Essays on Dialectical Naturalism, 1995.
[7] Los conceptos que se incluyen en este apartado han sido adaptados de nuestro libro La Tierra Viva: manual de agricultura ecológica (1993), UMET.
[8] Por ejemplo, en la nueva introducción de nuestro libro El huerto casero: manual de agricultura orgánica, (2008) paginas 15 a 17.
[9] IFOAM. “The World of Organic Agriculture: Statistics and Emerging Trends,” Alemania (2006). www.ifoam.org